martes, 3 de julio de 2012

Puros.




Mi padre me enseñó la idolatría de los puros habanos. El disfrute de su aroma. Íbamos muchas veces juntos, y los comprábamos, en estancos, especialmente en el Corte Inglés. Su sonrisa beatífica con las primeras bocanadas. Me enseñaba:Éste es un Farias, vale tanto que es menos de lo que te vale un Cohiba del nº5, pero sin embargo, sin embargo...Este puro está fresco ¿lo ves? No se quiebra cuando lo aprietas. Algunas veces, mis hermanas y yo, en ensueños de grandeza, pensamos en regalarle un humidificador de puros. Eran los lujos que se permitía entonces: sus plumas, sus libros, su zippo, su cortapuros. Pero era sobre todo, yo creo, el placer con el que los disfrutaba lo que me hacía fe...Quizás mi padre, sin saberlo en los largos paseos por la vida en los que lo he acompañado me ha enseñado, la capacidad para la sensualidad y el disfrute de las cosas sencillas, y las palabras para compartirlo.

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