domingo, 29 de septiembre de 2019

Tengo el recuerdo aquí. La luz aquella]


ArribaAbajoTengo el recuerdo aquí. La luz aquella
del jardín por la tarde en el estío,
y los vencejos en el ancho río
de la tarde tranquilamente bella.

¡Oh Señor, oh terror!, tu amor lo sella,
y el instante no pasa. En el sombrío
jardín, el agua, el tiempo, sigue. Mío
sigue el instante aquel, sigue la huella

de su paso en el alma. La memoria
va escribiendo la tarde y el relente
y el frescor del jardín recién mojado.

Alguien se acerca. Y es la misma historia.
Alguien que llega. Tú. Precisamente
hablábamos de ti cuando has llegado.

J.A. Muñoz Rojas.

R

XII


ArribaAbajo Rosa, mi corazón, mi latifundio,
mi campo de amapolas, mi arroyuelo,
mi torreón de mirlos, mi rocío,
mi noche de verano, mi proyecto
al fresco de la tarde, mi ola, ¡salta,
salta a mis brazos! Deja que revuelva
un poco tu cabello, mientras pienso
en la colmena oscura, con las mieles
ya colmadas de agosto, y el murmullo
de las abejas. Corazón, mi Rosa,
te adoro simplemente. ¿Te lo he dicho?


Cantos a Rosa.

Muñoz Rojas

ArribaAbajoMiguel

ArribaAbajoTú, mejor que nadie, a tus alturas,
sabes que no, Miguel, sabes que no.
Mientras mordiste el ajo vivo
y la almendra amarga y las collejas,
y te agarraste a la esteva, y fue el silbido
tu palabra; mientras bañaste
en tus ojos la luz del campo, y no cubriste
sino con cáñamo tus pies, y acariciaste
tu libertad para ti mismo.
Mientras mordiste los ásperos limones
y el barro, Miguel, que era tu nombre, fue tu tierra,
y hablaste con silbidos los diálogos
de la tierra, la madre, fue en tus labios
fiel clavel de la tierra, la palabra.

José A. Muñoz Rojas.

El cristo de Velázquez

ArribaAbajoEl Cristo de Velázquez


ArribaAbajoInmóvil y perfecto, estás clavado.
Nuestra mortal angustia se estremece
cuando ni sombra de dolor parece
donde todo el dolor se ha consumado.

Grita, Señor. Retuércete. ¿El costado
no atravesó una lanza? ¿No te mece
el dolor en su cuna? ¿Qué flor crece
en tu frente, que así te ha coronado?

¿No es tu sangre de hombre la que vierte
el cuerpo, ni sudor el que derramas,
ni peso humano el que te tiene inerte?

¿Por qué, entonces, Señor, hombre, no clamas?
¿O es que te tiene en pie frente a la muerte
la fuerza de lo mucho que nos amas?


Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: José Antonio M. R.