jueves, 26 de abril de 2012

Ayer

Ayer estaba yo en una tienda, una tienda minúscula, medio frutería medio tienda de todo a cien. Y entraron un padre y su hijo. Habíamos tres personas guardando cola. Yo era la tercera. A una la estaban atendiendo.
Primera pregunta del padre (o tío, o...) a su hijo, que sonó en toda la tienda:
¿Qué quieres?
El niño por supuesto eligió lo que quería.
Segunda acción. Padre e hijo se colocan junto al mostrador, no en la cola.
Tercera acción: Las señoras de la tienda (de la cola) dejan todos sus quehaceres para alabar el pelo rubio del niño (incluyendo el  pagar, con lo cual alargan mi espera)
Cuarta acción: La señora que estaba pagando, y que iba antes que yo, cuela al niño.
En ese momento al niño se le enseñaron tres lecciones:
Pide y te será dado. Sólo tienes que pedirlo.
Eres el más bonito del mundo. Cualquier otra cosa no importa nada.
Tercera lección: Por ello y por ser vos quièn sois, vas antes que todo el mundo, sea quién sea. Eres el primero. Tus prioridades son las primeras.
Y no sólo tus prioridades, sino tus caprichos, porque el niño había entrado por un paquete de quikos. El padre ni siquiera se molestó en pedir la vez. Como hubiera sido normal. De forma que todos (incluído el niño) hubieran cogido el mensaje. Eres el último. Puesto que has llegado el último.
Luego nos extrañamos de que haya niños tiranos.

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